NI VÍCTIMAS NI OBJETOS

cruzCuando las mujeres son representadas, lo son mediante imágenes y discursos estereotipados que las muestran como víctimas, objetos sexuales o en los roles clásicos de virgen, madre o prostituta y en actitudes pasivas u oferentes.

Diversas investigaciones y estudios muestran cómo el sistema patriarcal ha perpetuado los prejuicios y estereotipos sobre las mujeres a lo largo de los siglos enfatizando sus roles tradicionales como virgen, madre, esposa, cuidadora o cosificándola como objeto sexual para complacer las fantasías masculinas. Ello unido a la ausencia e invisibilidad de sus aportes en los espacios públicos. Se trata de imágenes y narrativas que están asociadas a intereses, identidades y valores, que no son elementos “dados”, objetivos o inmutables, sino construcciones sociales de carácter histórico y, por lo tanto, contingentes. Son imágenes que crean significados, conocimientos e identidades articulados entre si. Establecen oposiciones binarias: lo fuerte frente a lo débil, lo salvaje frente a lo civilizado; lo racional frente a lo emocional. Gran parte de las imágenes legitiman la exclusión y la marginación de las mujeres de los espacios en los que se toman las decisiones y son utilizadas para defender un sistema patriarcal que reafirma la dominación masculina, la subyugación y la discriminación como un estado de normalidad. El establecimiento de dicotomías (débil-fuerte; racional-irracional, etc.) refuerza la percepción de la superioridad de los hombres sobre las mujeres.

El resultado es un imaginario colectivo formado por imágenes simplificadoras e incompletas sobre las mujeres, con visiones deformadas y desconectadas de la realidad, llegando en ocasiones a ser puras construcciones ideológicas. Se atribuyen a las mujeres rasgos como: incapaces de pensar de manera abstracta, tienden a imitar, supersticiosas, demoníacas, crueles, como niñas grandes, de aspecto feliz, dependientes, carecen del sentido de la obligación y de la previsión, cobardes, impuntuales, perezosas, mentirosas, vacías, vanas, desagradecidas, impulsivas, inestables, resignadas, con falta de iniciativa, irracionales, caprichosas, infantiles, “naif” o sonrientes. Los estereotipos de género se han ido consolidando con el tiempo y están profundamente arraigados en la sociedad. En palabras de Simone de Beauvoir “no se nace mujer sino que se llega a serlo”, aprendemos a ser mujeres u hombres, y a identificarnos como tales para cumplir con aquellos roles que nos han sido asignados; en la medida que el género no es algo que se elige, sino una estrategia de supervivencia social, se premian unos modelos de feminidad y masculinidad y son castigados aquellos roles que suponen una transgresión y ruptura con los roles clásicos.

La publicidad sexista es uno de los vehículos que más ha reforzado los estereotipos de género, tal y como han venido denunciado los observatorios feministas, pero no ha sido el único. También en el arte, la representación de las mujeres se ha visto reducida a los modelos dominantes de virgen, madre u objeto sexual con imágenes seductoras, complacientes, sumisas, vencidas o esclavizadas.

Estas imágenes y discursos también son difundidos ampliamente por los medios de comunicación y las redes sociales; reproduciendo y asentando los valores patriarcales dominantes; afirmando y fortaleciendo ciertas concepciones y conductas sobre las mujeres y resaltando unos aspectos sobre otros.

Adicionalmente, a pesar de la diversidad y gran complejidad que los efectos de la violencia y la guerra tienen sobre las mujeres y los hombres, históricamente y aún hoy, existe un enfoque que vincula a las mujeres con el papel de víctimas en los conflictos, del mismo modo que se asocia a los hombres con individuos susceptibles de encarnar al héroe. Mucho se ha escrito desde la perspectiva feminista para remover estos estereotipos que limitan tanto a mujeres como a hombres y no es objeto de este Estudio insistir sobre ello. Sin embargo, nos interesa poner en consideración el marco interpretativo en el que se insertan y sus consecuencias. En esencia, este marco presenta cómo la violencia produce héroes y víctimas siendo tradicionalmente protagonizados, los primeros por hombres y las segundas por mujeres. La imagen del hombre fuerte y armado se relaciona con la de la mujer débil y desarmada. Se produce así una división entre protectores y protegidos que: “Contribuye a la relación de dependencia en el plano colectivo e individual, lo que tiene múltiples implicaciones en las relaciones entre mujeres y hombres, ya que el protector tiende a ser, a la vez, la fuente misma del peligro” (Martínez-López 2000: 258).

Sin embargo, la sobrerrepresentación de las mujeres como víctimas tiene sus consecuencias (Gámez, 2011). Los mensajes basados en esta perspectiva alimentan la visión estereotipada y dicotómica entre las mujeres y los hombres y ofrecen un modelo de acción basado, en exclusiva, en la asistencia a las personas maltratadas: se pone el acento en las manifestaciones de la violencia pero no en sus causas.

En este sentido, considerando irrenunciable la denuncia de la violencia contra las mujeres, cuestionamos si es adecuado para lograrlo mostrar imágenes de mujeres golpeadas, ensangrentadas o atemorizadas. De este modo la denuncia se centra en la víctima y no en el agresor ni en las causas que propician la violencia. Ello lleva a incidir básicamente en las medidas protectoras para las mujeres víctimas de violencia y no tanto en las políticas preventivas que ofrezcan las condiciones adecuadas para que no existan perpetradores y que promuevan nuevas formas de masculinidad que alejen a los hombres de las conductas violentas (Miedzian, 1991; Martínez Guzmán, 2010). La opción alternativa es denunciar aquellos aspectos constitutivos de la identidad masculina que son generadores de violencia como son el deseo de dominación y de control sobre la vida de las mujeres. Y por último, es preciso abordar la naturalización de la violencia como una manera de resolver los conflictos tal y como se muestra reiteradamente en los medios de comunicación de masas. Como plantea Lakoff, cuando se denuncia un marco usando el mismo lenguaje, se refuerza el marco. Por ello, a lo largo de este Estudio trataremos de desarrollar otros marcos que aborden la paz desde otro enfoque que no implique reproducir la violencia.